jueves, 8 de abril de 2010

LAS CRUZADAS

Las cruzadas fueron una serie de campañas militares comúnmente sostenidas por motivos religiosos llevadas a cabo por gran parte de la Europa latina cristiana, en particular, de los francos de Francia y el Sacro Imperio Romano. Las cruzadas con el objetivo específico para restablecer el control cristiano de Tierra Santa se libraron durante un período de casi 200 años, entre 1095 y 1291. Otras campañas en España y en Europa oriental continuaron hasta el siglo XV. Las cruzadas fueron sostenidas principalmente contra los musulmanes, aunque también varias campañas se hicieron contra los eslavos paganos, judíos, los cristianos ortodoxos griegos y rusos, los mongoles, los cátaros, husitas, valdenses, prusianos, y principalmente a los enemigos políticos de los papas. Los cruzados tomaron votos y se les concedió la penitencia por los pecados del pasado, a menudo llamada como indulgencia.



PRIMERA CRUZADA

* Al Papa Gregorio VII se debe la idea de que los países cristianos se unieran para luchar contra el común enemigo religioso que era el Islam.


* El Papa Urbano II fue quien la puso en práctica. En 1095, la invitación a la lucha contra los turcos arribaría en embajadas francesas e inglesas a las cortes de las naciones europeas medievales más importantes: Francia, Inglaterra, Alemania y Hungría (Hungría no se unirá a las primeras cruzadas por guardar el luto de 3 años del recientemente fallecido rey San Ladislao I de Hungría (1046-1095), quien antes de morir habría aceptado participar en la campaña de Urbano II). El llamamiento formal de Urbano II se sucedió en el penúltimo día del Concilio de Clermont
que proclamó, al grito de ¡Dios lo quiere!, la denominada primera cruzada (1096-1099).



SEGUNDA CRUZADA


(1147 – 1149)
La conquista de Edesa por Zenguí, sultán turco de Mosul, hizo comprender a la cristiandad la fragilidad de sus establecimientos en Siria y Palestina. El papa Eugenio III confió a san Bernardo de Claraval la predicación de una nueva Cruzada, cuya dirección asumieron Luis VII de Francia y Conrado III de Alemania. Los ejércitos franceses partieron de Metz, mientras los alemanes desde Ratisbona; siguiendo el valle del Danubio arribaron a Contantinopla. En Anatolia, Conrrado III fue vencido por los turcos y decidió regresar a Constantinopla así desde allí embarcar hacia San Juan de Acre. En la ciudad Santa SE reunieron todas las fuerzas expedicionarias. Luis VII y Conrado III decidieron poner sitio a Damasco. La segunda cruzada, en la que había tantas esperanzas, constituyó un rotundo fracaso.



TERCERA CRUZADA

(1189 – 1192)
Tras su victoria sobre Guido de Lusignan en la batalla de Hatin (Junio de1187), los turcos de Saladino se apoderaron de Jerusalén (Octubre de 1187) y del reino latino. El papa Gregorio VIII se apresuró a pedir de todos los monarcas apoyo para recuperar la Ciudad Santa. Afines de 1189 se sumaron a la cruzada Felipe Augusto de Francia y el monarca inglés Ricardo Corazón de León. Los expedicionarios alemanes, desde Ratisbona, tomaron la ruta del Danubio, a Constantinopla y pasaron al Asia Menor, donde derrotaron a los turcos cerca de Inconium; pero la inesperada muerte de Federico Barbarroja, un mes después, al atravesar el río Cnido, en Cicilia, privó a la tercera cruzada de su mejor estratega.

No tardaron en surgir dudas y desacuerdos entre el monarca inglés y el francés, por lo que Guido de Lusignan decidió regresar a su país. La tercera cruzada se convirtió en una empresa personal del esforzado pero poco hábil Ricardo Corazón de León, quien logró derrotar a Saladini en Arsuf, pero no consiguió conquistar Jerusalén. El soberano inglés y el sultán turco, acordaron una tregua de tres años, tres meses, tres semanas y tres días; el mantenimiento de las posiciones respectivas y el libre acceso a Jerusalén de los peregrinos cristianos, sin armas y en pequeños grupos. La cristiandad no pudo admitir con alegría este acuerdo: habían sido muchas las fuerzas movilizadas para un tan pobre resultado.


CUARTA CRUZADA


A la muerte de Saladino (1193), el papa Celestino III encomendó al emperador Enrique VI la organización de una nueva cruzada; pero la repentina muerte del monarca alemán (1197) abocó la empresa al fracaso. Poco después de ser elevado al trono papal, Inocencio III hizo un nuevo llamamiento a la cristiandad, instándola a anuar sus fuerzas y reconquistar los Santos Lugares. El emperador alemán Felipe de Suabia y numerosos caballeros del Occidente europeo respondieron a la llamada del papa , pero como se vieron los motivos que impulsaban a unos y a otros eran muy dispares. Mientras que el papa Inocencio III deseaba ardientemente la recuperación de la Ciudad Santa, Venecia sólo pretendía consolidar su dominio del comercio en el mediterráneo oriental; por su parte, Felipe de Suabia, alegando los derechos de su esposa, trataba de hacerse con el trono de Constantinopla; finalmente, debe destacarse que fue el ansia de botin, más que una convicción religiosa, lo que movió a la nobleza de Occidente a alistarse en el ejército cruzado.

Los cruzados, no pudiendo reunir la cantidad convenida, pagaron los servicios de las naves venecianas con la conquista de la ciudad de Zara, que poco antes se había liberado del dominio de la Serenísima y se había entregado al rey de Hungría. Desde Zara la expedición puso rumbo a Constantinopla, dividida por las luchas entre Alejo III e Isaac II. Los cruzados tomaron la ciudad y repusieron en el trono a Isaac II, al que quedó asociado su hijo Alejo IV; éstos, según lo acordado previamente, concedieron a los venecianos extraordinarios privilegios comerciales y decretaron la unión de las iglesias bajo la autoridad del romano pontífice. Tales medidas provocaron un levantamiento popular que depuso a Isaac II y a Alejo IV y que elevó al poder a Alejo V Ducas; éste anuló todas las disposiciones dadas por sus antecesores, a lo que replicaron los cruzados sitiando nuevamente Constantinopla. Dueños de la ciudad, resolvieron no abandonarla, y eligieron emperador a Balduino de Flandes, mientras que los restantes caballeros expedicionarios y Venecia se repartían las provincias del imperio.


QUINTA CRUZADA


Aunque muy afectado por el imprevisto fin de la Cuarta Cruzada, Inocencio III no cejó en su desempeño de agrupara toda la cristiandad occidental y, bajo la autoridad papal, conducirla a la conquista de los Santos Lugares. El IV Concilio de Letrán(1215) aprobó la predicación de una nueva cruzada. La muerte sorprendió a Inocencio III apenas iniciados los preparativos (1216). Su sucesor, Honorio III, prosiguió la empresa. Participaron en ella Andrés II de Hungría, el duque Leopoldo VI de Austria, Guillermo de Holanda y Juan de Brienne, rey titular de Jerusalén, entre otros. En un principio la expedición tuvo como objetivo la conquista de Palestina, pero no habiendo logrado expugnar el Monte Tabor, los cruzados se trasladaron hacia Egipto, donde tomaron Damieta y obtuvieron un cuantioso botín. Alramado, el sultán ayubita les propuso la paz, que el cardenal pelagio, legado pontificio, creyendo fácil la conquista de todo el país, rechazó, contra el parecer de Juan, partidario de canjear Damieta por Jerusalén. Los expedicionarios marcharon sobre El Cairo, pero los continuos ataques de que eran objetos y la crecida del Nilo les obligaron a emprender la retirada. Los supervivientes, para salvar su vida y su libertad, hubieron de devolver Damieta al sultán (1221).




SEXTA CRUZADA


La predicó el papa Honorio III, y desde un primer momento se contó con el emperador Federico II prestaría a ella todo su apoyo y colaboración. El monarca alemán había hecho numerosas promesas en tal sentido, pero jamás había tenido intención de cumplirlas. (Federico II veía a la cruzada como algo anacrónico: a sus ojos la diplomacia era un arma más eficaz que la guerra; por otra parte, la cruzada había de favorecer los intereses del papado, su encarnizado rival,, pero en modo alguno los suyos.) Una y otra vez Federico II aplazó la expedición. Sólo ante la excomunión lanzada contra él por Gregorio IX, el enérgico sucesor de Honorio III, Federico II decidió embarcarse hacia Palestina, acompañado de un reducido ejército(1228). Su propósito no era la conquista de los santos Lugares, sino el establecimiento de un condominio cristiano-musulmán sobre ellos. Federico II y el sultán egipcio llegaron fácilmente a un acuerdo, por el que aquél recibió Jerusalén, Nazaret, Belén y las poblaciones situadas junto al camino entre el puerto de Jaffa y la Ciudad Santa; también se concertó una tregua de diez años(1229).




SEPTIMA CRUZADA


En 1939, poco antes de expirar la tregua acordada en 1229, Teobaldo de Champaña, rey de Navarra, dirigió una expedición a Tierra Santa, sin resultado alguno. Como respuesta, los musulmanes se adueñaron nuevamente de Jerusalén. Un año después, en 1240, Ricardo de Cornualles recupera los Santos Lugares para la cristiandad, pero por poco tiempo: en 1244 las fuerzas cristianas en Palestina eran derrotadas en la batalla de Gaza y, como consecuencia, solo jaffa y San Juan de acre permanecían bajo su dominio. Ante este desastre el papa Inocencio IV Hizo un nuevo llamamiento a los príncipes cristianos. Luis IX de Francia asumió la dirección de la cruzada. El monarca y lo mas granado de la nobleza Francesa embarcaron en Aigües-Mortes (1248), rumbo a Chipre y Egipto, donde, tras apoderarse de Damieta (1249), marcharon sobre El Cairo. Como hicieran treinta años antes los expedicionarios de la Quinta Cruzada, Luis IX y sus caballeros desoyeron las ofertas del sultán egipcio de canjear Damieta por los Santos Lugares. En las proximidades de Mensura los musulmanes infligieron a los cruzados una dura derrota, y en la retirada fue hecho prisionero el rey Francés con buena parte de su hueste. El precio de su libertad fue la entrega de Damieta y de un millón de besantes de oro. Desde Egipto Luis IX paso a Palestina, donde permaneció varios años, hasta 1254, impulsando la fortificación de las pocas plazas en poder de los cristianos.



OCTAVA CRUZADA

La perdida de Jaffa y de Antioquía (1268) Hacia proveer un inmediato fin de los establecimientos cristianos en Oriente. Ello Movió a Luis IX a tomar nuevamente la cruz. Probablemente cediendo a los deseos de su hermano Carlos de Anjou, rey de Nápoles y de Sicilia, deseoso de liberarse de los piratas que asolaban las cosas de los estados, el monarca Francés decidió atacar al Islam por la retaguardia. Desde Aigües-Mortes, donde embarco el 1 de agosto de 1270, puso rumbo a Túnez. Poco días después de haber formado el cerco de esta ciudad, se declaro una terrible epidemia entre los sitiadores; el 25 de agosto sucumbía Luis IX. La expedición quedo al mando de Carlos de Anjou, quien obtuvo del sultán tunecino un ventajoso tratado (1270). En 1274 el papa alentó una nueva expedición, a la que prometio su ayuda el emperador Rodolfo de Habsburgo; pero no paso de ser un proyecto. Aun en el s. XIV la cristiandad organizo varias campañas contra los infieles, que no pueden ser calificados de cruzada.


CONSECUENCIAS DE LAS CRUZADAS


La expulsión de los latinos de Tierra Santa no puso fin a los esfuerzos de los cruzados, pero la respuesta de los reyes europeos y de la nobleza a nuevas convocatorias de Cruzadas fue débil, y las posteriores expediciones se llevaron a cabo sin ningún éxito. Dos siglos de Cruzadas habían dejado poca huella en Siria y Palestina, salvo numerosas iglesias, fortificaciones y una serie de impresionantes castillos, como los de Marqab, en la costa de Siria, Montreal, en la Transjordania, el krak de los Caballeros, cerca de Trípoli y Monfort, cerca de Haifa (Israel). Los efectos de las Cruzadas se dejaron sentir principalmente en Europa, no en el Próximo Oriente. Los cruzados habían apuntalado el comercio de las ciudades italianas, habían generado un interés por la exploración del Oriente y habían establecido mercados comerciales de duradera importancia. Los experimentos del Papado y de los monarcas europeos para obtener los recursos monetarios para financiar las Cruzadas condujeron al desarrollo de sistemas de impuestos directos de tipo general, que tuvieron consecuencias a largo plazo para la estructura fiscal de los estados europeos. Aunque los estados latinos en el Oriente tuvieron una corta vida, la experiencia de los cruzados estableció unos mecanismos que generaciones posteriores de europeos usarían y mejorarían, al colonizar los territorios descubiertos por los exploradores de los siglos XV y XVI.


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